En la oscuridad
Silencio,
los suburbios de perros y gatos, de rugidos
y
retumbo, embestida súbita en el cruce del tren.
Pero
esta mañana, 5am o antes, queda lo arrastrado por la corriente
la
cascada de autos en la I25, suenan en mi oído
casi
como el sonido de la sangre en mis arterias –
ese
trafico interno. Justo antes del alba y su silencio
antes
que el trafico invada, el coro de perros se complete
y
las aves y coyotes se ruboricen con deseo, mientras comienzo
a
sacudir y vibrar en el prado en que despierto
en
el agarre de la inconmensurable y fiera belleza.
Ensayo sobre el disfrute empezando
con la Sinfonía Concertante en Mi mayor de Mozart
Imagina
a Mozart en la cálida confusión de su don, exclamando
“La melodía es simple” y luego sentándose
en el piano para improvisar
una
docena. Como si Einstein, en sobremesa,
mencionara
casualmente la relatividad, el espacio/tiempo curvado
y
su continuum, la mecánica cuántica por primera vez
mientras
hurga sordamente en su café o mirando
a
un bebedero en que jilgueros y gorriones
justo
aterrizan. O como esos sabios idiotas, hermanos
gemelos,
invocando
primos de diez dígitos, luego de los de once, doce…
hablando
en una lengua tan pura y deliciosa
que
no puede ser traducida, como la glosalalia
que
parece ser la lengua del diablo, pero que
debe
saber cómo suntuosos y ricamente texturizados
postres,
o como la refrescante caricia de viento húmedo
en
una boca seca. El disfrute no es
lo
que pensábamos. Y tampoco puede ser resultado
de
nada en particular – don, melodía o saber, números
arribando
desde una distancia inarticulada…
debe
caer simétricamente a esos esforzándose
por
realizar las tareas más simples, los ceñudos
ochenta
años de un viejo cruzando
y
recruzando las hileras de sus zapatos negros
hasta
que tomen un patrón más conocido,
claro
como rayos de luz cortando un cumulo
de
nubes y niebla, un tema renombrado,
estridente
piccolo a través de la copula de cuerdas.
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