la trama sorda o la nube del no saber. carlos quenaya





ken avidor





El contenido de los sucesos

El contenido de los sucesos, la esperanza de las posibilidades al límite se había desplegado, dejando tras de si explicaciones fantásticas. Mi comprensión – más alta cada vez que repasaba el sonido enumerado – adquiría así nuevos brillos. Atisbaba, pues, perplejidades, hilos rotos, cabos sueltos, fragmentos que al juntarlos formaban figuras, ideogramas, imágenes mordidas que expresaban de modo rotundo por qué el vaso, sin caerse, estalló. Estalló sobre la mesa, y un poco de espuma cubrió mis manos. De pronto importaba verse otro a través de sí mismo, conquistado por el olor y el estremecimiento.

No era oscura, pero era increíble.

En el fondo ámbar, se dibujaron entonces deseos exasperantes, piruetas interminables que coludían entre si y reproducían una música. El tiempo – que era asombro y alegría- rodo sobre mí, hizo polvo el diamante, trabó una espiral esplendente que no acaba, que continua y en el estar contemplando – teñido sobre la nube- escenas vacías en un escaparate es un sueño concreto, realizable… Fue así como comprobé que no podía destruir los hilos rotos y que, de muchas formas, la trama me envolvía como un licor profundo y exorbitante.





Un sol inestimable

Un sol inestimable me explicaba
en alemán por qué las rosas
sonreían
contra su voluntad
me señalaba
le estaba prohibido intervenir.
Sin embargo, creía que era noble y generoso
advertir los riesgos a los que se exponía
 el profano.
Así entendí cómo al mirar
el mundo, el sol, las flores
había una vegetación nudosa que se explayaba
aquí
                                   y allá
contagiando rumores, dichas, fragancias, pérfidos olores
que escocían y daban gracia
¡Ah caramba!



Roer el bólido


Lloviera sobre mi con el rostro lucido sorbiendo una pajita por el lápiz. Creciera en mí el número estridente y la voz. Soy aborto en el vómito específico. No consigo estornudar desde los plátanos. No consigo exprimir el óxido ni roer el bólido. Y ya crezco para adentro. Me electrizo de tocar las puntas envenenadas. En mi sangre duermo. En el invierno envejezco de cantar. Exploro el vaho urgido por un soplo. En la ventana huyo y escojo el transito molido. Espero de un modo revelador. Soy inconsecuente hasta la medula oprimida. De mí no distingo la espuma coloreada.  Escribo el lodo exasperado contra los vidrios. No sé porque ignoro. Y en el canto llegue a un placer finísimo. La vertical exprime el halito y estoy cansado de pedir limosnas. Me arriesgo al caldo, a la patada y la caricia. Soy inactivo y soy feroz. Soy el oro estrangulado en falanges quietas. Escribo argumentos considerados insulsos.

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