ken avidor |
El contenido de los sucesos
El contenido de los
sucesos, la esperanza de las posibilidades al límite se había desplegado,
dejando tras de si explicaciones fantásticas. Mi comprensión – más alta cada
vez que repasaba el sonido enumerado – adquiría así nuevos brillos. Atisbaba,
pues, perplejidades, hilos rotos, cabos sueltos, fragmentos que al juntarlos
formaban figuras, ideogramas, imágenes mordidas que expresaban de modo rotundo
por qué el vaso, sin caerse, estalló. Estalló sobre la mesa, y un poco de
espuma cubrió mis manos. De pronto importaba verse otro a través de sí mismo,
conquistado por el olor y el estremecimiento.
No era oscura, pero
era increíble.
En el fondo ámbar,
se dibujaron entonces deseos exasperantes, piruetas interminables que coludían
entre si y reproducían una música. El tiempo – que era asombro y alegría- rodo
sobre mí, hizo polvo el diamante, trabó una espiral esplendente que no acaba,
que continua y en el estar contemplando – teñido sobre la nube- escenas vacías
en un escaparate es un sueño concreto, realizable… Fue así como comprobé que no
podía destruir los hilos rotos y que, de muchas formas, la trama me envolvía
como un licor profundo y exorbitante.
Un
sol inestimable
Un sol inestimable me explicaba
en alemán por qué las rosas
sonreían
contra su voluntad
me señalaba
le estaba prohibido intervenir.
Sin embargo, creía que era noble y
generoso
advertir los riesgos a los que se
exponía
el
profano.
Así entendí cómo al mirar
el mundo, el sol, las flores
había una vegetación nudosa que se
explayaba
aquí
y
allá
contagiando rumores, dichas, fragancias,
pérfidos olores
que escocían y daban gracia
¡Ah caramba!
Roer
el bólido
Lloviera sobre mi
con el rostro lucido sorbiendo una pajita por el lápiz. Creciera en mí el
número estridente y la voz. Soy aborto en el vómito específico. No consigo
estornudar desde los plátanos. No consigo exprimir el óxido ni roer el bólido.
Y ya crezco para adentro. Me electrizo de tocar las puntas envenenadas. En mi
sangre duermo. En el invierno envejezco de cantar. Exploro el vaho urgido por
un soplo. En la ventana huyo y escojo el transito molido. Espero de un modo
revelador. Soy inconsecuente hasta la medula oprimida. De mí no distingo la
espuma coloreada. Escribo el lodo
exasperado contra los vidrios. No sé porque ignoro. Y en el canto llegue a un
placer finísimo. La vertical exprime el halito y estoy cansado de pedir
limosnas. Me arriesgo al caldo, a la patada y la caricia. Soy inactivo y soy
feroz. Soy el oro estrangulado en falanges quietas. Escribo argumentos
considerados insulsos.
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